Mientras la verdadera pelea se lleva a cabo soterradamente, hay fuegos artificiales en el cielo mediático para entretener a la tropa. Sale una mañana la Presidenta y lo torea a su íntimo enemigo deseado, Mauricio Macri. Y el jefe de la ciudad le devuelve por la tarde las gentilezas, en un juego de atril a atril, donde cada uno gana lo que busca: Cristina, cohesionar a la militancia y crear un cómodo contendiente que está fuera del "campo nacional y popular", y Mauricio, cosechar la simpatía y el consenso del amplio y heterogéneo mundo antikirchnerista, donde el insulto presidencial se recibe como una medalla.
La verdadera pelea, sin embargo, nada tiene que ver con este culebrón. Es la "guerra peronista". Una contienda reverdecida que se libra palmo a palmo en la provincia de Buenos Aires y en la vasta geografía sindical. Le resulta muy incómodo a un peronista estar enfrentado a un gobierno de su mismo signo. Igualmente difícil le resulta digerir que su gobierno haya decidido entablar un pleito sin tregua con el peronismo bonaerense y el movimiento obrero organizado. Esos dos bastiones míticos forman parte del núcleo duro del peronismo de hoy y de todos los tiempos. " Clarín es ya un enemigo folklórico y Macri es un adversario confortable -explica un veterano de esas lides-. Cuando decían ?vamos por todo' no imaginábamos que también se referían a nosotros, a las intendencias y a la CGT. Dime entonces cuál es tu verdadero enemigo y te diré quién eres."¿A qué se refiere el veterano? El fenómeno tiene muchos nombres, pero todos son equívocos. Sería injusto llamarlo "kirchnerismo", puesto que dentro de esa nominación entran desarrollistas, peronistas tradicionales, progresistas independientes y adherentes de variado pelaje. Tampoco podría llamárselos "camporistas", puesto que esta expresión alude casi con exclusividad a una agrupación -la principal herramienta del poder presidencial- y es demasiado específica. Aquí estamos hablando de toda una concepción cultural e ideológica que fue fermentando durante años en la sociedad argentina. Siento que es más justo llamarla "setentismo". Así, a secas. Aunque su clara evolución, su viaje desde los tiempos revolucionarios hasta esta posmodernidad plebiscitaria, le impone el prefijo neo. Los neosetentistas forman un colectivo donde viajan el setentismo residual, el izquierdismo frustrado, el progresismo lírico, el nacionalismo popular y otras expresiones de la pequeña burguesía ilustrada. Los setentistas más extremos se enfrentaron a los tiros con la "derecha" peronista, le arrojaron cadáveres a Perón (como Rucci) y pasaron a la clandestinidad durante el gobierno democrático. Los setentistas fueron asesinados por la dictadura, en lo que fue la más grande tragedia de nuestra historia moderna, pero los sobrevivientes resurgieron de esas cenizas con el halo heroico de haber dado la vida por una idea. Esa épica irradió a varias generaciones, que fueron adscribiendo al setentismo desde el llano, o desde partidos y posiciones diferentes. Los Kirchner se hacen cargo de esa cultura heroica e inorgánica y la conducen desde el poder.
El neosetentismo tiene ahora su propio relato histórico: la derecha peronista, el régimen militar, el reformismo radical, el menemismo y los aliancistas no hicieron más que consagrar el liberalismo. Todos se equivocaron. Y es por eso que el neosetentismo propone imaginariamente un regreso a 1973, cuando el país se desvió hacia la derecha y entró en una decadencia circular. Hasta que, por supuesto, el kirchnerismo puso punto final a este período virando hacia la izquierda. Este relato, que ni siquiera inventaron los Kirchner, les permite defenestrar a todo político. Y por paradoja, le da carnadura a lo que antes denominábamos "antipolítica": que se vayan todos. También esta simplificación descriptiva explica por qué al oficialismo le resulta tan fácil vapulear a quien no vota como ellos y despreciar a cualquiera que haya apoyado por acción u omisión esos sucesivos proyectos, y a la vez emprender una cruzada contra el peronismo indócil.
Un notorio setentista dijo hace poco que algunos asuntos pendientes con el "peronismo conservador de los 70" podrían recién saldarse hoy. El neosetentismo, ese sutil modo de ser gorila, exige la obediencia total del peronismo. Muchas veces les sugirió incluso a Néstor y a Cristina que se apartaran del "aparato" para no ser devorado por él. Confieso que me sentiría incluso seducido por esa propuesta si se tratara de luchar contra la oligarquía peronista y el partido único. Pero éste no es un proyecto de renovación sino de sustitución. No cuestiona a los barones del conurbano, sólo aspira a ocupar sus sillones. No pone en tela de juicio la burocracia sindical, sólo pretende reemplazarla por otra. Prueba de esto último es que la operación para barrer a Hugo Moyano consiste en colocar un títere metalúrgico rodeado de "Gordos".
Todos los días me cuentan anécdotas de los golpes de mano que ocurren en municipios, secretarías, universidades, barrios y unidades básicas de la provincia de Buenos Aires. Los neosetentistas guerrean contra la derecha: Daniel Scioli, que puede amenazar verdaderamente la re-reelección presidencial, que representa al peronismo troncal y que a pesar de sus debilidades no es poroso a la patria socialista. Embestidas contra la CGT y el peronismo plebeyo, con teorías del Nacional Buenos Aires, ésa es la batalla que de verdad se libra detrás de los fuegos artificiales y la furia de los atriles..
LA NACION
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