domingo, 11 de diciembre de 2011

Domingo 11 de diciembre de 2011 | Publicado en edición impresa
Nunca es triste la verdad

Cruje el amor utilitario entre progres y peronistas

Por Jorge Fernández Díaz | LA NACION
 
 
"El matrimonio es una barca que lleva a dos personas por un mar tormentoso; si uno de los dos hace algún movimiento brusco, la barca se hunde", decía León Tolstoi. El feliz matrimonio entre progresismo y peronismo, llamado vulgarmente Frente para la Victoria, promete muchos años de convivencia y conflictos, una probable serie de éxitos electorales y un seguro mar de tempestades más o menos asordinadas. En estos días, donde más cruje ese amor utilitario es en el tema de la inseguridad.
La "discusión" entre Nilda Garré y Daniel Scioli muestra que la barca se mueve, e ilustra dos concepciones antagónicas acerca de un asunto sensible que hasta ahora el kirchnerismo no logró atacar con solvencia. Scioli no permite que el bote se hunda; se queda como siempre en la popa, flotando y tragando saliva. Pero la verdad es que Garré le imputa negociar con la Bonaerense, darle autonomía y contribuir así "a la prostitución y a la corrupción de algunos sectores de la fuerza". Su diagnóstico es grave: la política no controla la corrupción policial y la mafia uniformada es el corazón del problema de la inseguridad en la provincia de Buenos Aires.
El peronismo fue siempre un partido de orden. Su gen corporativo lo lleva instintivamente a negociar con las otras corporaciones. Es dable pensar que, sin caer en la mano dura -extremo que afortunadamente hoy no está en juego-, algunos peronistas prefieran otorgarle libertad de acción a la policía para que pueda combatir a la delincuencia, aun a riesgo de que los corruptos con uniforme aprovechen para hacerse su agosto. El peronismo, al revés que la izquierda fashion, conoce muy bien el sufrimiento de los más humildes, que son quienes más desprotegidos se encuentran frente al delito. Esas clases constituyen, no casualmente, su electorado más fiel. Para el peronismo el problema de la seguridad no es un asunto de "derecha". Tampoco puede darse el lujo de sentarse a esperar que las políticas activas eliminen la pobreza y los caldos de cultivo de la marginalidad. Sus votantes están nerviosos, no pueden esperar el largo plazo. "Porque en el largo plazo podemos estar muertos", dicen.
En la vereda de enfrente, sus socios progresistas sostienen que lo único serio es atacar las causas del delito mediante la educación y la economía, y en paralelo combatir a los malos policías, puesto que son la verdadera mafia organizada: liberan zonas, lideran bandas y realizan delitos sofisticados y aberrantes. Por eso la principal política progresista consiste en la purga permanente. Los progresistas heredaron del garantismo filosófico una sospecha ancestral contra la policía (represora a sueldo de las clases dominantes) y una cierta indulgencia por los "delincuentes menores" (los hundidos del sistema capitalista). Tienen la idea de que sólo van presos los ladrones de gallinas, y que los grandes corruptos están libres. "Esto último es verdad -razonan los peronistas-. Pero los grandes corruptos no te disparan tres tiros en la esquina para robarte la billetera."
Ni el realismo salvaje del peronismo tradicional ni el purismo progresista han tenido demasiado éxito. Y parece un tanto insólito que todavía se diga que la inseguridad es una sensación térmica creada por los medios. También que el Estado sea tan presente y proactivo en otros rubros y tan ausente e involuntariamente reaccionario en éste. Al Gobierno le da pudor reconquistar el espacio público para los ciudadanos comunes. Recordemos: los ricos tienen autos blindados y custodias contratadas. La pobre infantería, en cambio, no tiene nada, y está librada a la ley de la selva. La ley de los poderosos de la calle: los que llevan armas y saben usarlas.
Un segundo gobierno de Cristina Kirchner se encontrará con este asunto pendiente que aparece en todas las encuestas de opinión. Y que no puede ser tratado con frivolidad, ni con más corporativismo ni desde el prejuicio de que quienes reclaman gestión son pequeñoburgueses asustados convertidos en fascistas. Se puede ser progresista y tener una política de seguridad consistente. El Gobierno ya demostró que podía mover montañas; no veo por qué no puede mover ésta.
Confieso que la disputa entre Garré y Scioli llegó en una semana en que pasó de todo en mi barrio. A muchísimos vecinos les reventaron el departamento y los robaron. A otros les fue peor: a un tío mío lo siguieron en moto y le pegaron cinco culatazos en la mejilla. Está vivo de milagro. Tengo, como cualquiera, amigos y parientes en otros barrios y localidades: no hay uno solo que no posea una anécdota atroz; el inventario es un lugar común en las sobremesas. El umbral de tolerancia a la violencia se ha ido corriendo. Se ha naturalizado bajar a la vereda y correr un serio riesgo. La otra tarde dos tipos se me vinieron encima. Iban en cueros y yo les hice frente, dispuesto mecánicamente a pelear e incluso a dejarme matar para no ser asaltado. Nos miramos a los ojos antes de irnos a las manos; algo habrán visto en los míos que los disuadió y siguieron su camino. Yo he leído a Foucault y a Zaffaroni, me considero un caballero inofensivo y racional, pero tenía en ese instante la moral de un cavernícola. Tolstoi no hubiera desdeñado el argumento para uno de sus tristes cuentos sociales..

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